17/11/09 21:00 hs Deudas de injusticia

La noche anterior la pasé en mi antiguo y reacondicionado refugio. La señora Isabelle hizo un excelente trabajo. La casa había sido decorada con un gusto exquisito. La combinación de muebles antiguos mezclados con un nuevo estilo y visión a la hora de la organización quedaba simplemente bellísima. La luz realzaba todo el misterio de vivir en un hogar con semejante historia mientras que conservaba la utilidad.

Yo, por mi parte, me entretuve saboreando vitae y probando el hermoso piano que la señora Isabelle tuvo la cortesía de incorporar a la casa. Al ser un lugar tan grande y al estar las robustas paredes constituidas por materiales tan aislantes no tuve que preocuparme por la hora en la que estaba tocando. Amelié en cambio se quedó despierta. Me dijo que quería seguir mis horarios ya que pretendía gozar del placer de mi compañía la mayor cantidad de tiempo que fuese posible. Tiene miedo. Puedo verlo claramente. Sin embargo no haré comentario alguno. La escena fue bastante traumática para ella. Después de todo, su instinto de supervivencia no se ve mermado por la inminente inmortalidad. A pesar de ello, su fragilidad es motivo de preocupación para ambos. Temo por ella.

Al caer la noche me levanté con la misma pesadez de siempre. Ella se había despertado hacía un par de horas. Al parecer tuvo problemas a la hora de dormir. La ansiedad y el temor pueden ser los culpables. Sin embargo no debía hacer nada para ayudarla. Ella necesitaba aprender a tolerar las pretensiones y los juegos de los seres que habitaban la noche parisina. Así que, sin mas preámbulo, tomé una limosina hasta la dirección que me dio el monsieur Merçon.

La limousina avanza hacia la incertidumbre, que se hace real representada en un caserón grande, a las fueras. Grande y tetrico, lo suficiente como para que a Amelié sienta que le recorre un escalofrío. Las puertas de la verja con abiertas por dos ghoul con rapidez. La limousine se queja un poco al avanzar por el terreno de entrada, no especialmente diseñado para tanta elegancia, pero consigue llegar sin problemas hasta la puerta, donde al parar, dos ghouls os abre las portezuelas del coche para que bajeis.

A medida que avanzamos a través de la penumbra parisina, voy notando como el cambio de ambiente perturba a mi pobre Amelié. Los árboles, el cielo, las casas, las nubes, los caminos… al parecer todos los elementos del paisaje se juntaron en complicidad para alejar al rebaño. A mí, tan solo me recordaba a ciertos parajes visitados en la Gran guerra. En ese entonces el peligro de las zumbantes balas era suficiente como para distraerme.
En un intento de tranquilizar a mi ángel, le coloco delicadamente una mano en la rodilla.

Al llegar a lo que parecía ser un caserón a las afueras, cruzando la verja, 2 sirvientes nos abren la puerta de la limosina. Yo me bajo primero para ayudar con mi mano a Amelié. Luego, me dejo llevar por los sirvientes hasta la casa confiando en que mi querida me sigue a la distancia protocolaria de un sirviente.

Y así es.

Amelié se mantiene a una prudente distancia de ti, aunque no estás seguro si por protocolo o porque está demasiado asustada como para ir alante contigo.

Los ghouls os conducen (¿os escoltan?) hasta la entrada del caserón, allí otra pareja de los suyos abren la puerta desde dentro y os ofrecen el guardar vuestros abrigos, ayudándoos a quitároslos. Os guían por un estrecho y (de seguro) antiguo pasillo hasta otra puerta de roble tallada, luego os ofrecen entrar.

- Le esperan, señor - dice uno de los ghouls, inclinándose y mostrándote la puerta.

Luego de quitarnos nuestros abrigos, sigo a los sirvientes a través de la casona. No pude evitar observar la antigüedad de lo que mis ojos observaban. Este lugar era viejo desde antes que yo naciese. Sin duda el vástago que habitaba este espacio tenía mucho que agradecer. Vivir en un paraíso del pasado no es un lujo a despreciar.

El sirviente me tomó por sorpresa al añadir su voz al sonido de las pisadas.

- Gracias.

Y entré.

Merçon está de pie, junto a unos sofás, y os mira entrar, con gesto grave a penas contenido.

- Buenas noches - saluda, aunque por su tono bien hubiera podido estar deseando en cambio que os fulminara un rayo.

No puedo (ni deseo hacerlo ) borrar la media sonrisa de mi rostro al ver al señor Merçon. Claramente no está feliz de verme. Yo le correspondo.

- Buenas noches, Monsieur Merçon. Permítame agradecerle la invitación – Mientras pronuncio estas palabras me inclino en una pequeña reverencia – Déjeme felicitarlo por la calidad y antigüedad del lugar. Siempre es un placer admirar la bella arquitectura de otros tiempos.

Mis ojos ya se habían desviado de mi anfitrión y habían comenzado a serpentear por el lugar, ciegos a la hostilidad. Sin embargo, retomé el control de mi mismo cuando escuché respirar a Amelié. Debía concentrarme en los asuntos que nos habían traído.

- Por favor, tomen asiento - a pesar de que ha escogido las palabras para plantearlo como una invitación, suena más como una orden, y probablemente su tono no es fortuito.

Puedo notar que está haciendo lo posible para demostrar cortesía. Ciertamente es un hombre de modales y eso lo respeto. Es mejor que le preste toda la atención que pueda. Siempre es bueno conocer gente agradable.

- Le agradezco.

Me senté sin reservas ni desconfianzas. Mi tono era, como siempre, políticamente correcto… aunque se me resbalaba un poco la alegría y comicidad. Despues de todo, estaba en París. Ignorando mi ejemplo Amelié se encontraba algo pálida, susceptible, como cualquier mortal, al mal humor de un vástago. Se sentó a mi derecha con corrección, como corresponde para alguien de su posición. Sin duda la he criado bien. Sus ocasionales errores no eran nada en comparación con la dulzura de su compañía.

- Me importunó indecíblemente la desfachatez de su... sirviente, y de haber estado en el respetable Eliseo, bien podía haber acabado en duelo la afrenta.

Vaya… directo al grano. Supongo que no podía esperar otra cosa.

- Lo entiendo perfectamente, Monsieur. Permítame repetirle que mi alma no puede sino lamentar terriblemente haberle hecho pasar un momento como aquel. Los modales americanos de mi sirvienta son una vergüenza para mi casa- Mis palabras son duras… tendré que borrarlas luego- Sin embargo, el origen de la susodicha- me detengo brevemente y la observo con frialdad- me lleva a malcriarla. De no ser quien es… estaría muerta hace décadas.

Me temo que solo he dicho la verdad. El origen de Amelié se remonta a mis mejores épocas. No es una sirviente cualquiera.

El hombre ya no parece tan disgustado, ahora que te muestras dócil a reparar el error.

- Tratémoslo frente a una copa - ofrece - ¿Algún gusto concreto, Monsier?

- Me temo que mi paladar solo cede ante el gen de la música. Es increíble como uno puede degustar el talento en la vitae de un buen músico. Gracias.

Mi rostro relajado le sonríe casi cariñosamente al anfitrión. No podía evitar pensar en el origen de la casona. Me pregunto si se dará la oportunidad de conversar con el Monsieur Merçon acerca de ese tema.

- Ah, maravilloso.... si no me equivoco... - busca en su armarito - ¿Un violinista serviría, tal vez?

- Ahh… Por supuesto.

En el momento en que me de la copa, agradezco nuevamente y cato su contenido cual buen vino… después de todo la vitae se merece ese tratamiento. No lo hago para cerciorarme de que sea sangre de mortal, después de todo intentar engañar a un sangre azul sería un movimiento bastante estúpido. Monsieur Merçon es mejor que eso.

- Bueno, dicho esto... hay algo que me gistaría que hiciera... es algo peculiar, lo admito, pero estoy seguro de que usted estará deseando tanto o más que yo compensar este desliz de su sierva...

- Verá.. tengo entendido que un grupo de Giovanni están controlando un mercado de venta de armas.. cosa que me incumbe... pero no logro saber quiénes son los clientes. Me sería de suma utilidad averiguarlo.

Casi alzo mis cejas al oír esto… casi. Sin embargo, por un segundo, mis ojos reflejaron una pequeña sorpresa.

- Espero que sepa comprender mi sorpresa. Me parece que operaciones tan importantes, dentro de los límites de la ciudad, siendo llevadas a cabo por Giovanni’s pueden llevar a resultados poco gratos para nosotros. Si pudiese ofrecerme toda la información posible se lo agradecería. Ciertamente, pondré las manos en el asunto inmediatamente.

- Es un placer ver a gente tan dispuesta a colaborar... pero no se equivoque, los Giovanni que moran aquí son en su mayoría miembros de la Camarilla, claro que... ¿quien puede fiarse de ellos? - sonríe - Búscare el Dossier... esperren aquí un momento,

Ningún Giovanni demostrará sincera devoción por nuestra causa. Si aflojamos la guardia, nos apuñalarán por la espalda.

- Con todo gusto.

Él sale de la estancia, dejándoos unos minutos a solas.

En el momento que nuestro anfitrión desaparece yo le sujeto la cara a la pálida Amelié mientras, mirándole a los ojos, le digo silenciosa pero firmemente:

- Recuerda la conversación que acabamos de tener con el Monsieur Merçon, recuérdala... crees recordar que dije que tus modales eran una vergüenza para mi casa... que si no fueses quien eres estarías muerta. Eso nunca pasó. Luego de ofrecernos asiento, me ofreció la copa y seguimos la conversación con el asunto de los Giovannis.

[Dom 3]