El concierto de Emile (13/12/09)

- Me alegra verte... - responde ella, aparentemente con sinceridad -. Esta noche es importante para tí... espero que sea todo un éxito. Y espero que no dudes de mi discrección.

-No dudo de su discrección, señorita... ni de sus intenciones ni de su buena voluntad. Sí, esta es una noche importante... y espero que la disfrute al igual que los demás.

Hago una breve sonrisa, igual de aparente.

-... Y... si no le importa, agradecería que me hablara de usted.

Puedes ver por el rabillo del ojo cómo Antón cierra un momento los párpados, no muy contento.

- Está bien, tiene razón, señor Miller; después de todo, merece el mismo respeto que cualquier otro Camarilla ¿No es cierto?

Queriendo o sin querer, ha logrado captar la atención de algunas de las personas que os rodean.

-Gracias, señorita. Es un placer tenerla aquí esta noche -digo, asintiendo con respeto, y luego miro a Antón-. Señor, ¿Puedo ir a ver cómo está la artista?

- Vamos - responde, al parecer enojado - Discúlpanos, Melissa...

Te lleva hasta la sala de música y lo primero que hace nada más entrar es darte una bofetada. No duele, no ha empleado fuerza para ello, pero hiere el orgullo profúndamente.

- ¿Quieres suicidarte? - pregunta, cogiéndote por la solapa, y zarandeándote un poco - ¿Eh? Porque no pienso ver morir a otro de mis hijos delante mía - te separa unos metros de él.

- ¡Basta! - interviene Emile, interponiéndose.

La Bestia de Antón lucha en sus ojos por salir a flote, mientras él la controla, sintiendo cómo casi se le escapa de entre los dedos por su falta de autocontrol.

Aparto a Emile a un lado despacio... Yo también siento la bestia sacudida por un momento. Tardo un poco en dirigirle la mirada. Tiene razón, he sido un imprudente.

-...Está bien... lo siento... no volverá a suceder...

Creí que como mínimo merecía un mínimo de respeto después de haber estado a punto de morir por su culpa... Soy un necio. Debería habermelo guardado para cuando estuviesemos a solas.

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- Eres un insolente - responde, y su voz ha cambiado - Chiquillo estúpido, estúpido y arrogante.

Se lleva una mano a la frente, sobre los ojos, en donde ya no asoma la Bestia... en cambio, puedes ver que su mirada denota miedo; está asustado. Asustado por lo que acaba de ocurrir, y por las consecuencias que podría haber tenido... y las que tendrá. Asustado de perderte.

- Tu orgullo te va a costar la vida.

Te recuerda a un padre mortal, regañando a su hijo por haberse caido de un árbol después de decirle que no subiera, preocupado más que enfadado, y a la vez aliviado de que no haya heridas visibles.

Consigo apartar mi arrogancia a un lado... y muestro arrepentimiento real.

Nunca pensé que fuera a decir estas palabras.

-... Lo siento padre... no volverá a ocurrir... a partir de ahora me tragaré mi orgullo.

Él suspira.

- Os dejaré un momento... espero mucho de ti, Emile - dice antes de salir.

Cuando nos quedamos a solas, suspiro también.

-... He estado a punto de cometer un error grave Emile... Me he merecido esto.

Entonces la miro. Hablo de forma suave.

-No quiero que te preocupes, ¿de acuerdo?

Ella te abraza.

- Dime que cuando termine el concierto saldremos de aquí, y nos alejaremos de ese... desgraciado. Prométemelo.

Casi estaría encantado de cumplir esa promesa.

-... Está bien... -le digo, comprendiéndola-, pero no vuelvas a llamarle así, por favor... Esto sólo ha sido una pequeña riña.

- Vale, con tal de no volver a verle... ¿Qué derecho tiene a pegarte?

Es mejor cambiar de tema. La abrazo a mi vez.

-... Se preocupa, Emile... He sido imprudente... Escuchame, cuando todo esto acabe, iremos a casa y descansaremos. Te lo explicaré. Pero ahora debes centrarte en tu música.

La beso.

-¿De acuerdo, cariño?

- Esto... no sólo es importante para mí ¿verdad?

Parpadeo.

-No Emile, su preocupación no es por el concierto. Se preocupa por mí.

La abrazo un momento.

-Ten fé, Emile, y todo saldrá bien.

- De acuerdo... todo saldrá bien... pero nos vamos en cuanto termine el concierto...

Antón abre la puerta.

- Es la hora - dice, aún manteniendo una ya falsa dureza en su voz.

Asiento.

-Es la hora -repito, sonriendo-... A por ellos, Emile.

Ella asiente, algo nerviosa, respira profundamente, y la profesionalidad y la concentración se reflejan en su rostro. Se dirije al salón de actos entre bastidores.

- Vamos - te llama Antón

Con la actitud sumisa de un hijo que ha preocupado con su insensatez a un padre, le sigo. Recobro la compostura, recordando que este debe ser un buen momento, un gran momento, para Emile, para Antón y para mí.

Espero poder escucharla pronto.

Os sentáis en primera fila, en los mejores asientos. Los murmullos se apagan al mismo tiempo que las luces del salón de actos. El telón que Emile mandó instalar se descorre, mostrándola a ella, con su chelo, y sin siquiera una partitura delante. Tarda unos segundos en comenzar a tocar, pero enseguida las ntoas surgen de la magia de sus manos, las cuerdas vibran con tino bajo su directriz sublime, y rápidamente envuelve con su música a todos los presentes.

Las notas flotan en el ambiente, conmoviendo a los asistentes, y las tres horas de concierto pasan en un auténtico suspiro, pero al terminar te sientes repleto de su música, y te dices que debes estudiar algo de esa maravillosa música que antes nunca llamó la atención. Un aplauso se oye en la sala, aprobatorio, aunque no tan entusiasta como piensas que se merece.

De hecho, yo soy uno de los que más aplaude. Me siento enormemente orgulloso de ella.

Ella saluda, y Antón te hace un gesto, para que subas con él al escenario, también a saludar, robándole el mérito en cierto modo.