Reencontrándome con mi hacedor 27/XII/2009

Después de la automatica despedida y la "carrera" llego al barrio. Reduzco la velocidad. Aunque hay grandes avenidas, casi desiertas, es mejor no llamar demasiado la atención. Estamos acostumbrados a circular a más velocidad de la permitida, y los policías hacen ojos ciegos, pero es mejor aceptar las normas en este caso.

Los grandes edificios, con las luces de algunas habitaciones encendidas, más el saber en territorio de quién estoy, hacen que no me sienta plenamente seguro. Aquí la ley de Villon es ignorada. Hay que bailar al son de alguien que vivió en los tiempos de los castillos y los ejércitos nobiliarios.

La sensación de ser observado por cientos de ojos no se esfuma así como así. Mi llegada ya debe de haber sido anotada cuidadosamente en alguna libreta. Y, si los rumores son ciertos, la conversación que mantenga con mi sire, también lo será.

Llego a una mansión de estilo siglo XIX. No destaca para nada entre las demás, salvo por las luces encendidas. Sé que me encontraré con su ghoul y él estará en el salón. O al menos solía estar allí siempre.

Alex, el viejo ghoul guineano de mi señor. Sorprendentemente, es el único ghoul que ha conservado a lo largo de toda su no-vida. Por lo que sé, lo creó cerca de 1870. Todos los demás han ido desapareciendo cuando se han quedado desfasados, pero Alexandre es el único que ha sobrevivido.
Nunca se llevó bien con Jules (el ghoul que creó para ayudarme en mi crianza, un viejo boxeador, más tarde soldado en la Primera Guerra Mundial, y luego, ama de cría de un chiquillo rebelde), lo que me facilitaba un poco las cosas.

-Buenas noches, Alex. ¿Cómo te va?, ¿está nuestro señor en casa?

-No, la verdad es que no. No tenía la seguridad de que quisiera recibirme, así que, me he pasado sin avisar. Y si tengo que pedir ser recibido, pues ya aprovecho ahora. ¿Está ocupado mi señor?

Me quedo mirándole. No me voy a ir sin un par de respuestas, pero tampoco voy a violentar nada.

Acompaño a Alexandre hasta la puerta de la casa y espero en el rellano. Cuando le veo alejarse entro al hall y echo una mirada por las paredes. Siguen estando repletas de cuadros y tapices. Aguardo sentado en una silla cercana a la puerta principal.

-Gracias Alex. Está en el salón, ¿cierto?

Avanzo por el largo corredor que sirve de columna vertebral a la casa, pues todas las habitaciones se abren a sus lados. En frente, al final, se vislumbra la escalera que lleva a la segunda y tercera planta. Justo antes de ella, a la izquierda, está la puerta entreabierta que da acceso al salón.
Me detengo unos breves segundos antes de entrar. Tomo aire, aunque es innecesario, y abro la puerta. Como de costumbre, al lado izquierdo está la mesa de caoba, con sillas de roble blanco, para las comidas y cenas; al derecho una mesa de juntas, de enebro. Recuerdo que cuando se reunía con mortales solía separar ambas mesas mediante unos biombos de papel con motivos japoneses. Al fondo, en el centro, una chimenea, con un pequeño fuego, y justo delante de ella, una mesa de café y cinco sillones de terciopelo escarlata. A la derecha de la chimenea está la pequeña biblioteca, en la que descansan los libros que mi sire lee en este momento. A la izquierda, dos armaduras renacentistas. Coronando la chimenea hay un cuadro que muestra una corte, en la que se ve a un rey y a varios hombres (y algunas mujeres) charlando, pero, a diferencia de otros cuadros similares, en éste, es de noche.
La sala está iluminada mediante dos arañas con luz eléctrica, y las ventanas, siempre cerradas, dan cuenta de la naturaleza de mi señor.

Me acerco poco a poco hasta la mesita de café, él está sentado en un sillón cercano al fuego, pero no en el que le da la espalda. Nunca pierde el contacto visual con él, por motivos más que obvios. La alfombra persa que conduce hasta la mesita no me lleva hasta el final, pues decido acabar el recorrido a unos cinco metros de distancia. Inclino un poco la cabeza.

-Buenas noches, señor.

Sin mucha prisa, pero sin detenerme lo más mínimo, tomo asiento enfrente de él. No le sostengo la mirada, pues podría ser peor. El tono pálido de su piel, junto con su pelo rubio y sus ojos azul claros dan en él la sensación de poder que siempre quiso. Cuando quiere, esos ojos son afectuosos, pero nunca tiernos.

-Sólo puedo decir que lo siento y que he madurado desde entonces. Sólo pretendo hacer bien las cosas, aunque sea tarde.

No esperaba ser recibido con vítores y alegría, sin duda, supongo que lo tengo más que merecido.

-Tiene razón, pero sólo a medias. Es cierto que necesito ayuda, pero también lo es que no quiero seguir mateniendo esta tensa relación con usted. Quiero, por una vez, intentar ser el chiquillo que quería usted que fuera.

Y por una vez, siento que no estoy mintiendo a nadie.

-No el suficiente, pero con un préstamo bancario para mi ghoul, debería bastar, además del dinero de las inversiones.

Pero si mi sire me ofrece dinero, además de éste, contaré con la experiencia de alguien que sabe mucho de negocios y lo suficiente de los vástagos como para no cometer fallos enormes.

-Mi idea para hacerlo rentable es reconstruir los almacenes y alquilarlos. El precio del suelo en París es privativamente alto. Las pequeñas empresas que no puedan costearse un almacén, sí podrán alquilar un pequeño espacio para su stock. Y dedicando una nave para algunas mercancías de otros vástagos, a un precio mayor, el negocio podría generar unos beneficios considerables. El único problema es el lugar, los almacenes están en Las Torres. Pero si se hace con discreción, no tendrían por qué enterarse sus moradores.