Bajo el Yugo del diablo (8/01/10)

Él sonríe sin mirarte, parece como si ya esperase una respuesta como esa.

- Está bien, entonces ya lo hago yo - ves que entonces de un compartimento bajo la mesa saca lo que parece una hebilla metálica que mete en los cinchos, dejando un pincho largo y afilado hacia el interior. Entonces cierra con fuera la correa alrededor del brazo del muchacho, que grita de dolor cuando el pincho le atraviesa la piel y queda entre sus músculos.

Pompignan se asegura de que esten bien apretadas y sujetas las correas antes de agacharse a por otra de esas dolorosas hebillas.

No puedo hacer nada... miro a Elliot, con una profunda empatía. Casi siento como si esos pinchos, aparte de perforar su carne, se clavaran en mi alma.

El niño aulla de dolor con cada correa que le es puesta. Cuando Pompignan termina se limpia en la camiseta del crio algo de sangre que le ha quedado en las manos. Oyes las gotas caer desde la mesa.

- Bueno, dime, Curtis... Puedo llamarte Curtis ¿verdad? - se interrumpe.

-... Supongo que sí... -me limito a decir.

Aprieto los dientes... esto es inhumano... Y sin embargo como si no fuese con él... me habla desde la informalidad.

- Dime ¿Qué es exactamente por lo que estoy castigando a este infeliz?

Si no se lo digo... lo torturará todavía más hasta que el niño lo suelte.

-... Es uno de los supervivientes del ataque de los renegados de la camarilla a la casa de mi señor... un...

Cierro los ojos.

-... Un niño Tzimisce.

- Ah, por eso puedo hacer lo que quiera con él... - dice, como pensativo, con una ligera media sonrisa - En fin.

Mira a su alrededor y recoge una vara. Te la da.

- Golpéale.

... Ya veo...

-... No puedo... no lo haré...

- Está bien, no creas que voy a obligarte - entonces se vuelve, coge un látigo de tres puntas, acabadas en ganchos, y las lanza contra el niño.

Los ganchos se adhieren a él, que grita, y cuando Pompignan tira del látigo se llevan no sólo la ropa hecha girones, si no también trozos de piel.

Dios... No lo soporto... Cada látigo en él es como una cuchillada hacia mí...

Cuando ha dado unos pocos, no puedo evitarlo más, y me coloco entre él y el niño, de espaldas... al mismo tiempo que el látigo desciende, impactando en mi espalda.

El látigo te golpea una sola vez, lo suficiente como para que te preuntes cómo el niño, que llora echado en la mesa, no se ha desmayado. Tienes que agarrarte para no caer ante el dolor penetrante y lacerante, pero no es nada, porque entonces notas cómo tira del látigo para arrancarlo, y no puedes ahogar un grito de dolor, las piernas te fallan, y sólo es estar agarrado te salva de caer al suelo.

Entonces oyes su voz, en tu oído.

- ¿Vas a obligarme a que te ate? Porque entonces sí que no podrás hacer nada por él...

Me levanto como puedo... puedo ahorrarle dolor... o puedo apartarme... Me está dando a elegir.

-... No puede morir... Villón dijo... que si lo soportaba... viviría...

Cierro los ojos. Miro al chico. Tengo que ahorrarselo.

-... Perdoname.

Me giro a Pompingan.

-... Deme la vara.

- Tarde. Hemos subido de categoría - te da el látigo - Te aseguro que tengo cosas mucho peores aquí.

*Monstruo...*

Cojo el látigo... mi mano aprieta el mango, y se escucha el quejido del cuero...

Tomo mi distancia, y elevo la mirada hasta el niño que tengo delante...

-... Perdóname...

No hago uso de mi fuerza antinatural... pero aun así sé que será doloroso... Esto es culpa mia...

Empiezo a dar latigazos.

Con cada latigazo, y sobretodo con cada vez que lo levantas, para volver a bajarlo, le oyes gritar una y otra vez, e independientemente de su aspecto de adulto, sus quejidos, y sus ruegos, son los de un niño.

- ¡Para ya!... ¡por favor!... No me hagas más daño.... Lo siento, lo siento, lo siento... - solloza.

No puedo parar... si paro será peor...

-... Por Dios... no lo torturemos más... hágamelo a mí. Me pondré ahí voluntariamente si lo prefiere -digo, con el alma ardiendo por cada golpe, y gritando de la misma forma que ese niño pidiendo clemencia.

- Continúa - dice con seriedad, dispuesto a hacer algo peor si paras un segundo más.

Dios... perdoname... lo siento, ¡lo siento!

Sigo dando latigazos, oyendo los chillidos del niño, que se clavan en mi alma con cada mordida de las cuchillas.

Con cada golpe le destrozas más, visiblemente. Hasta que no es un amasijo de sangre y músculos destrozados, con partes de huesos visibles, Pompignan no te permite parar.

- Yo no lo habría hecho mejor - broméa, palmeándote la espalda.

El niño ya no llora, unos gorgojeantes sonidos salen de su garnganta, también detrozada. La sangre te baña, al igual que encharca la mesa, el suelo; sus muñecas y muslos atravesados por los pinchos de las correas han ido agravando las heridas con cada movimientos espasmódico que tus golpes de látigo le empujaban a hacer.

Odio... odio profundo y visceral ante ese monstruo que me ha obligado a hacer esto... Me gustaría aplicarle el mismo castigo hasta que no quedase rastro de él... sólo sangre...

El látigo resvala de mis manos... me acerco al niño. Dios... necesita sangre... necesita mucha sangre...

-Lo siento... Lo siento Elliot... -mi voz es temblorosa, voy a quebrarme de un momento a otro.

- Un momento, Miller - dice, con autoridad.

Me detengo... Me quedo quieto, como esperando a que me diga algo.

Miro un poco por encima de mi hombro, aun de espaldas a él.

-... ¿Sí... Señor? -digo, con total amargura.

- ¿Recuerdas cuando eras humano? Los filetes se cocinan... vuelta, y vuelta.

Una sombra como hace mucho tiempo que no siento ronda dentro de mí.

-... No sobrevivirá a eso...

- Ya lo determinaré yo... pero si prefieres que empiece a jugar, en lugar de obedecerme...